Increíblemente, solo dos horas después de que los altavoces del gobierno a lo largo de la Ciudad de México anunciaran un simulacro de terremoto —como parte de una ceremonia para conmemorar las 10 000 víctimas del terremoto en la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985—, el suelo y los alrededores de la capital mexicana comenzaron a temblar. Exactamente 32 años después del infame terremoto de 1985, una erupción volcánica subterránea de magnitud 7.1 golpeó cerca del área de Ciudad de México; en menos de 20 segundos, más de 40 edificios se derrumbaron, 370 personas murieron (228 en la Ciudad de México) y más de 6000 resultaron heridas. Aunque el tamaño, la furia, las muertes y los daños fueron enormes, los terremotos no son nada nuevo en México, una de las regiones más propensas a terremotos en el mundo. Se encuentra sobre una intersección de placas tectónicas: un cóctel sísmico que crea un promedio de 40 terremotos por día en todo el país; de hecho, 12 días antes, un terremoto a 640 kilómetros de distancia, mató a 100 personas.
Los Topos se han asociado con los Ministros Voluntarios en lugares de desastres principales desde el terremoto del 2010 en Haití, incluyendo el terremoto y tsunami de Japón en 2011, el terremoto en Nepal en 2015 y en otras numerosas ocasiones además de estas. Los dos grupos estuvieron entre los primeros en responder cuando este —ahora conocido como el terremoto del centro de México— impactó. La Iglesia de Scientology de México se estableció inmediatamente como la principal Sede de Respuesta al Terremoto. Trabajando día y noche, los equipos sacaron de inmediato a 26 personas de las ruinas de la escuela Enrique C. Rébsamen. Pronto la Iglesia se convirtió en la base de todo el trabajo de búsqueda y rescate, desde los técnicos de emergencias médicas hasta la policía, bomberos y personal militar.
Más de 1000 Ministros Voluntarios dieron servicio allí y en otros 90 sitios a lo largo de todo el país. Una flota de Ministros Voluntarios motoristas se formaron para transportar equipos de búsqueda y rescate, yendo y viniendo constantemente. Un flujo ininterrumpido de donaciones, desde palas y picos hasta agua y productos para el cuidado de bebés (más de 55 toneladas solo en el primer mes), llegó a la Iglesia para ser organizado y distribuido por los Ministros Voluntarios para los trabajadores de rescate y para aquellos en necesidad.