Budapest, Hungría: La nueva Iglesia de Scientology de Hungría se inauguró en un hermoso sábado de finales de julio para una multitud de simpatizantes que se aglomeraron en la calle Váci de Budapest bajo los paraguas, solo para cerrarlos cuando el sol irrumpió en la escena antes de que un contingente de destacados oradores húngaros subiera al escenario.
Bajo listones dorados en la parte superior, con asientos que se ocuparon rápidamente y cientos más de miembros e invitados presionando para entrar en el ya atestado lugar, fue un momento simbólico para muchos de estos scientologists decididos, uno en el que esta inauguración no era solo la personificación visible de su búsqueda espiritual, sino la realización de un sueño que fue suprimido durante décadas bajo el régimen comunista.
Conforme se presentaban los oradores, las historias narradas ocuparon su propio lugar en el léxico de muchas famosas luchas por la libertad de Hungría; la perforación de la Cortina de Hierro hace tres décadas en la búsqueda de la libertad religiosa, una determinación a resistir a las ideologías ateas del bloque comunista; y de los regímenes socialistas que siguen aprendiendo el significado de libertad.
Para la mayoría de los que llenaron el patio, las ceremonias fueron un capítulo dramático en su propia historia de superación de los desafíos sociales y políticos en su viaje implacable de 30 años para reemplazar la supresión espiritual con tolerancia y libertad religiosa.
Activistas sociales, educadores, líderes gubernamentales, y artistas, incluyendo uno de los novelistas más destacados de Hungría, István Nemere, acompañaron en el escenario al líder eclesiástico de Scientology, David Miscavige, para hablar de coraje y dedicación entre aquellos que llevaron inicialmente el mensaje de la religión a Hungría, ayudaron a desarrollar sus 33 centros de la Iglesia, conocidos como misiones, y atrajeron a miles de seguidores.
Desde encontrar el apoyo financiero que hizo realidad la nueva Iglesia, hasta desarrollar vínculos con el gobierno y grupos sociales, la historia del nacimiento de esta iglesia hogar para Budapest y Europa del Este es una con fuertes paralelismos con el espíritu revolucionario de los húngaros y su resistencia a la represión de los derechos humanos, una y otra vez, para encontrar su libertad.
El Sr. Miscavige dijo a la multitud que quienes siguieron las huellas del legado de los paladines de la libertad de Hungría habían abrazado los desafíos de crear su Iglesia, porque “no esperarían” un camino más fácil hacia sus sueños.
“Se dice que todo el mundo conoce su ciudad como la capital de la libertad, y que su lucha para ser libres se traduce en cada idioma conocido de la Tierra”, dijo el Sr. Miscavige a las 3,000 personas ahí reunidas, hablando por medio de un intérprete húngaro. “También se dice que siempre que la gente anhela la libertad, se vuelven ‘ciudadanos de Hungría’. Y finalmente, se dice que el suyo es un lenguaje equipado para describir el anhelo más recóndito en cada corazón humano; que es un anhelo por la independencia espiritual”.
El significado de ese momento estaba claro para Atila Miklovicz, ahora miembro del staff de la nueva Iglesia, cuyas décadas de exposición a los ideales de Scientology le inspiraron a convertirse en una fuerza impulsora para romper las barreras políticas y fiscales para hacer realidad la Iglesia más reciente del continente Europeo. Su compromiso, elogiado desde el podio con fuertes aplausos, lo dejó radiante.
Recordaría que en los años previos a los disturbios políticos que sacaron al país del comunismo en 1988-89, los controles totalitarios hacían que las ideas de Dianética de L. Ronald Hubbard fueran contrabando en Hungría. Ejemplares de la obra se habían tenido que pasar de forma clandestina. Pero las nuevas libertades tras la ruptura del bloque comunista, dijo Atila, le dieron a la gente como él, y a muchos otros, la oportunidad de descubrir Scientology como una forma de crear una cultura nueva y diferente, una en la que los derechos humanos y las libertades no solo se reconocían, sino que se respetaban y alentaban.
“Hoy”, dijo Miklovicz, señalando la nueva Iglesia de 6,000 m² en una de las vías más concurridas de Budapest, “es la coronación de todo eso”.