El fracaso de los programas “Modelo” sobre las drogas
Suiza liberalizó su política sobre las drogas después de las “pruebas de la heroína”, dieciocho proyectos autorizados entre 1994 y 1996 en los que adictos con amplios historiales de drogadicción podían obtener e inyectarse heroína en “narcosalas”.
Sin embargo, una evaluación de estos ensayos hecha por expertos independientes y publicada en el informe de abril de 1999 de la Organización Mundial de la Salud, concluyó que estos proyectos fallaban seriamente en su metodología científica. Mientras que los defensores de este modelo señalaban que gracias a estos programas las muertes por sobredosis habían descendido, las conclusiones de la Organización Mundial de la Salud establecían que “está muy claro que la reducción en el número de muertes causadas por las drogas está directamente relacionada con la eliminación del consumo de drogas y no con la distribución de heroína a los adictos”.
A escala social, una consecuencia negativa atribuida a los ensayos con heroína fue que se redujo significativamente (casi del 50 por ciento) el número de adictos que se inscribían en los centros residenciales de rehabilitación. Esta disminución de inscripciones provocó que algunos centros basados en la abstinencia tuvieran que cerrar. Un hecho considerado por muchos como una de las peores consecuencias de estas pruebas, ya que nunca se ha demostrado que el tratamiento de mantenimiento con heroína produzca mejores resultados que otros tratamientos más convencionales basados en la abstinencia.
Las estadísticas sociales tampoco son muy alentadoras. En Suiza, los procesos penales por consumo y tráfico de drogas se dispararon, aumentando un 550 por ciento entre 1990 y 1997. Así mismo, durante el mismo período de tiempo aumentó en nueve veces el número de acusados por primera vez por infracciones de las leyes que regulan las drogas. Y en los últimos años, en Suiza el consumo de cocaína y de drogas sintéticas como el éxtasis ha experimentado un gran incremento.
En cambio, en Suecia, la prohibición y la no-tolerancia se ha reforzado con la asignación de millones de fondos del gobierno para que sean invertidos en programas de rehabilitación. De hecho, Suecia tomó una actitud muy liberal con respecto a las drogas en los años sesenta y setenta convirtiéndose en el país europeo con el mayor índice de consumo de drogas. A finales de los setenta, sus líderes reevaluaron la política de la nación sobre las drogas. Adoptaron una actitud más dura e introdujeron una serie de políticas disuasorias y el tratamiento obligatorio para ciertos delitos relacionados con las drogas. Empezaron a poner en práctica una actuación policial más estricta y penas más severas para estos delitos. Fomentaron la educación y la participación ciudadana. Después de 15 años de poner en práctica este enfoque, a principios de los noventa, el índice de consumo de droga en Suecia descendió hasta ser el más bajo de todo el mundo occidental.